LA LARGA DURACIÓN
Hay una crisis general de las ciencias del hombre: todas ellas se encuentran abrumadas por sus propios progresos, aunque sólo sea debido a la acumulación de nuevos conocimientos y a la necesidad de un trabajo colectivo cuya organización inteligente está todavía por establecer; directa o indirectamente, todas se ven afectadas, lo quieran o no, por los progresos de las más ágiles de entre ellas, al mismo tiempo que continúan, no obstante, bregando con un humanismo retrógrado e insidioso, incapaz de servirles ya de marco.
El problema está en saber cómo superarán las ciencias del hombre estas dificultades: si a través de un esfuerzo suplementario de definición o, por el contrario, mediante un incremento de mal humor. En todo caso, se preocupan hoy más que ayer (a riesgo de insistir machaconamente sobre problemas tan viejos como falsos) de definir sus objetivos, métodos y superioridades. Se encuentran comprometidas, a porfía, en embrollados pleitos respecto a las fronteras que puedan o no existir entre ellas. Cadauna sueña, en efecto, con quedarse en sus dominios o con volver a ellos. Algunos investigadores aislados organizan acercamientos: Claude Lévi-Strauss empuja a la antropología «estructural» hacia los procedimientos de la lingüística, los horizontes de la historia «inconsciente» y el imperialismo juvenil de las matemáticas «cualitativas».
El problema está en saber cómo superarán las ciencias del hombre estas dificultades: si a través de un esfuerzo suplementario de definición o, por el contrario, mediante un incremento de mal humor. En todo caso, se preocupan hoy más que ayer (a riesgo de insistir machaconamente sobre problemas tan viejos como falsos) de definir sus objetivos, métodos y superioridades. Se encuentran comprometidas, a porfía, en embrollados pleitos respecto a las fronteras que puedan o no existir entre ellas. Cadauna sueña, en efecto, con quedarse en sus dominios o con volver a ellos. Algunos investigadores aislados organizan acercamientos: Claude Lévi-Strauss empuja a la antropología «estructural» hacia los procedimientos de la lingüística, los horizontes de la historia «inconsciente» y el imperialismo juvenil de las matemáticas «cualitativas».
Tiende hacia una ciencia capaz de unir, bajo el nombre de ciencia de la comunicación, a la antropología, a la economía política y a la lingüística.
Las demás ciencias sociales están bastante mal informadas de la crisis que nuestra disciplina ha atravesado en el curso de los veinte o treinta últimos años y tienen tendencia a desconocer, al mismo tiempo, que los trabajos de los historiadores, un aspecto de la realidad social del que la historia es, si no hábil vendedora, al menos sí buena servidora: la duración social, esos tiempos múltiples y contradictorios de la vida de los hombres que no son únicamente la sustancia del pasado, sino también la materia de la vida social actual.
1. Historia y duraciones
Todo trabajo histórico descompone el tiempo pasado y escoge entre sus realidades cronológicas según preferencias y exclusivas más o menos conscientes. La historia tradicional, atenta al tiempo breve, al individuo y al acontecimiento, desde hace largo tiempo nos ha habituado a su relato precipitado, dramático, de corto aliento.
Muy por encima de este segundo recitativo se sitúa una historia de aliento
mucho más sostenido todavía y, en este caso, de amplitud secular: se trata de la historia de larga, incluso de muy larga, duración. La fórmula, buena o mala, me es hoy familiar para designar lo contrario de aquello que François Simiand, uno de los primeros después de Paul Lacombe, bautizó con el nombre de historia de los acontecimientos o episódica (évenementielle). Poco importan las fórmulas pero nuestra discusión se dirigirá de una a otra, de un polo a otro del tiempo, de lo instantáneo a la larga duración.
No quiere esto decir que ambos términos sean de una seguridad absoluta. Así, por ejemplo, el término acontecimiento. Por lo que a mí se refiere, me gustaría encerrado, aprisionado, en la corta duración: el acontecimiento es explosivo, tonante. Echa tanto humo que llena la conciencia de los contemporáneos; pero apenas dura, apenas se advierte su llama.
Los filósofos dirían, sin duda, que afirmar esto equivale a vaciar el concepto de
una gran parte de su sentido. Un acontecimiento puede, en rigor, cargarse de una serie de significaciones y de relaciones. Testimonia a veces sobre movimientos muy profundos; y por el mecanismo, facticio o no, de las «causas» y de los «efectos», a los que tan aficionados eran los historiadores de ayer, se anexiona un tiempo muy superior a su propia duración.
2. La controversia del tiempo corto
Estas verdades son, claro está, triviales. A las ciencias sociales no les tienta en absoluto, no obstante, la búsqueda del tiempo perdido. No quiere esto decir que se les pueda reprochar con firmeza este desinterés y se les pueda declarar siempre culpables por no aceptar la historia o la duración como dimensiones necesarias de sus estudios.
Aparentemente, incluso nos reservan una buena acogida; el examen «diacrónico» que reintroduce a la historia no siempre está ausente de sus preocupaciones teóricas.
3. Comunicación y matemáticas sociales
Quizá hayamos cometido un error al detenernos en demasía en la agitada frontera del tiempo corto, donde el debate se desenvuelve en realidad sin gran interés y sin sorpresas útiles. El debate fundamental está en otra parte, allí donde se encuentran aquellos de nuestros vecinos a los que arrastra la más nueva de las ciencias sociales bajo el doble signo de la «comunicación» y de la matemática.
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